7/23/2012

LA RAZON A DESTIEMPO… escrito por Antonio Sánchez García

23 Julio, 2012 ND
Tenía absoluta razón. ¿La tendrán ahora quienes previenen contra la eventualidad de una canallada tolerada por nuestra liviandad política? Dios quiera que no. Quisiera poner las manos al fuego, pero esa dolorosa experiencia me lo impide. Sin contar las otras, las que vinieron. Bien dice la experiencia que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra.
Creo que fue a mi entrañable amigo Oswaldo Álvarez Paz a quien le escuché la insólita confesión de que su sino de perdedor se debía en gran medida a una extraña paradoja: ser uno de los pocos políticos venezolanos que ha sufrido la desgracia de tener la razón antes de tiempo. Lo que quería decir que si la hubiera tenido un poquito después, su suerte y la de Venezuela hubieran sido otras. Para felicidad de todos.
No he dejado de pensar en esa maldición del presagio inopinado al recordar mis discusiones con mis compañeros de bancada en la sala en que debatíamos medio centenar de venezolanos que creíamos decidir la suerte de las acciones de la oposición en la llamada Comisión Política de la Coordinadora Democrática camino del Referéndum Revocatorio. Luis Manuel Esculpi, a cuya siniestra solía sentarme, flanqueado a la mía por Agustín Berríos o Juan Carlos Caldera, consideraba absolutamente inadecuado y casi insultante que yo insistiera en la naturaleza dictatorial del teniente coronel y el talante proto totalitario de su régimen.
“¿Cómo se te puede ocurrir semejante despropósito, mientras estamos aquí discutiendo sin cortapisas ni asedios policiales?” – venía a decirme, palabras más palabras menos, cada vez que yo planteaba el tema.
Era la suya, créaseme, la opinión mayoritaria y dominante en esa sedicente Comisión Política, aunque pluripartidista y multicolor, de origen casi exclusivamente masista. Alguna vez, para llenar las interminables esperas cotidianas que podían prolongarse por horas hasta dar comienzo a sesiones asimismo interminables y casi siempre absolutamente infructuosas, le pregunté a Thaelman Urguelles por la proveniencia de sus miembros: aquel que no era del MAS, ya lo había sido. Desde Pompeyo Márquez a Vladimiro Mujica, pasando por el mismo Thaelman y Luis Manuel Esculpi o Luis Trincado, la inmensa mayoría era de izquierdas. Las excepciones se contaban con los dedos de una mano: Caldera, Julio Borges, Enrique Mendoza, Agustín Berríos y dos o tres despistadas que decían representar lo que por entonces se llamaba “sociedad civil”.
Jamás olvidaré una acalorada discusión que sostuvieran Pompeyo y Julio Borges en la que el joven tribuno justiciero exigiera dureza frente al sistemático asedio del régimen, que nos recortaba día a día nuestros derechos y acrecentaba con la misma obtusa terquedad los suyos.
Previniendo contra lo que constituía el montaje descarado del fraude continuado en que nos enredáramos como pendejos y al que nos resistíamos unos pocos precisamente argumentando la naturaleza dictatorial del régimen al que ya he hecho mención, Pompeyo se le enfrentó recordando sus pasados errores, semejantes a los de quienes considerábamos ahora que habíamos llegado demasiado lejos en la aceptación del chantaje del gobernante. Fuimos derrotados por la histórica elocuencia de nuestro viejo tribuno. ¿Quién se atreve a discutirle a nuestro ínclito combatiente?
La verdad fue que Julio, Juan Carlos Caldera, Cipriano Heredia, yo y no recuerdo quiénes más fuimos derrotados sesión tras sesión por la inmensa mayoría. Conducida por un titubeante Enrique Mendoza. El poder de esa estrambótica mayoría se basaba en la creencia casi religiosa de que no habría fraude capaz de vencer el arrollador tsunami que se fraguaba en los barrios y pueblos de Venezuela, a la que se agregó una suerte de mágica certeza en la infalibilidad de la automatización. Recuerdo haberle oído a uno de los próceres de la comisión asesora, de la que yo provenía, que por inmensa felicidad había aparecido Smartmatic, pues de lo contrario nos asaltarían a mano armada con las actas manuales. Por cierto, el padre de uno de los dos propietarios de Smartmatic era un conspicuo miembro de la Comisión de Estrategia.
No hubo manera de que el pequeño grupo de los iluminados a destiempo, obviamente condenados al fracaso, tuviera la menor chance de ganar así no fuera una modesta mano. Recuerdo la desesperación del joven abogado Cipriano Heredia, que nos pedía de rodillas apoyáramos a los miembros de la Sala Electoral del TSJ, asediados por los altos magistrados de la corte empeñados en imponer la senda de la victoria del presidente de la república. Fueron nuestra última esperanza de rechazar la paparruchada de las firmas planas y las otras burdas y repulsivas triquiñuelas con las que dilataron el proceso hasta permitirle a Hugo Chávez torcerle la mano a la voluntad popular y llevar el acto plebiscitario hasta el punto en que podían doblegarnos a discreción.
Por las buenas o por las malas. Jamás sabremos cuál de las dos opciones ganó la partida. Por supuesto: Cipriano salió derrotado. Abandonamos a los altos magistrados de la Sala Electoral a su suerte. Pronto desaparecerían del escenario.
Sufrimos el mal de la sabiduría inútil, la que no encuentra oídos receptivos. Incluso el argentino que representaba al Centro Carter en Caracas me soltó a posteriori mientras nos tomábamos un café en Las Mercedes un sonoro regaño por haber contribuido a aceptar que nos llevaran al matadero, sin emitir ni un quejido. “Hasta aquella impresionante manifestación de la Avda. Libertador, cuando ustedes fueran al Teresa Carreño a reclamar la presencia de Mugabe en Caracas, tuvieron la chance de armar un quilombo e impedir la humillación de que están siendo víctimas” -, me dijo en un descuido de imparcialidad. Ya era demasiado tarde.
Tenía absoluta razón. ¿La tendrán ahora quienes previenen contra la eventualidad de una canallada tolerada por nuestra liviandad política? Dios quiera que no. Quisiera poner las manos al fuego, pero esa dolorosa experiencia me lo impide. Sin contar las otras, las que vinieron. Bien dice la experiencia que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra