El
difunto sátrapa venezolano no fue el único pseudo-líder latinoamericano que
pensaba ser indispensable. Un personajillo como Duhalde, en Argentina decía:
“El único que puede gobernar este país después de Kirchner soy yo”. Durante su
campaña presidencial de 2006, el domingo 24 de septiembre de ese año, el
difunto afirmó: “Soy el único que puede gobernar a Venezuela.
Ver
https://www.youtube.com/watch?v=FX2Giz42q58, ya que no he podido localizar el
original.
Y
se lo creía. Ese narcicismo totalmente ilusorio, puesto que nadie puede
atribuirse ese tipo de excepcionalidad, fue una de las características más
relevantes de la anormalidad mental del difunto.
Otra
característica de su personalidad patológica fue la de hacer siempre lo
contrario de lo que decía. Predicaba incesantemente: “Ser rico es malo”, pero
no se privó de ningún lujo. Vivió con opulencia, quizás como compensación de su
pobreza de origen. Sus relojes eran obscenamente costosos y sus viajes,
acompañado de un pequeño ejército de familiares, amigos, guardaespaldas,
cocineros y médicos, requerían varios pisos en los mejores hoteles del planeta.
Todo con el dinero de la Nación. Nunca diferenció el dinero de Venezuela de su
propio dinero, una típica manifestación patológica.
Otra
de sus características era la de identificarse siempre con el héroe, cuando la
realidad le decía que él era el otro. En un momento trató de hacernos creer que
él era el trovador Florentino. Y citaba sus frases casi como propias: “Yo soy
como el espinito, que en la sabana florea, le doy aroma al que pasa y espino al
que me menea”. Olvidó que el Florentino de Arvelo Torrealba era catire, así lo
llamaban, y que el Diablo era el zambo pero trató de invertir los papeles. Así
pintaba el poeta al Diablo: “Súbito un hombre en la puerta, indio de grave
postura,ojos negros, pelo negro..” . Igualito al difunto.
El
difunto llamaba “genocida” y “burro” a Bush mientras que su amigo del alma, Arias
Cárdenas, afirmaba por la TV que el genocida era él. Lo de burro también le
cuadraba perfectamente ya que no sabía multiplicar y dijo que el hombre había
llegado a la Tierra hace 2000 años. Su hilarante explicación por TV del cambio
de horas, acompañado por su hermano Adán, es antológica.
(Ver:
http://elmundano.wordpress.com/2008/03/30/el-cambio-de-hora-por-los-hermanos-chavez/)
Otra
característica de su anormal psiquis era la coprolalia, esa irresistible
propensión a lo soez, al insulto.
En
el video http://www.youtube.com/watch?v=Ndyc_tGvBMM se puede apreciar esa
carencia de control verbal. Olvidó que parte importante de la misión de un
gobernante es educar. Su mal uso de la gramática, su atropello al buen hablar,
fue una de sus especialidades y contribuyó a la prostitución del lenguaje en el
país. Ahora llevada al máximo por Nicolás.
Fue
notoria su carencia de un sentido de las proporciones, algo típico de los
déspotas desequilibrados. Recordemos que, en una grotesca carta enviada a la
Corte Suprema de Justicia en 1999, reclamó para sí “total discrecionalidad
sobre los asuntos del Estado”. Hablaba de las acciones de gobierno como “lo que
hice, lo que he decidido, lo que voy a a hacer”, algo que el pobretón de
Nicolás Maduro ha tratado de imitar sonando más como un bufón. En un programa
de TV el difunto le regaló $30 millones a Evo Morales, porque siempre se sintió
generoso con los dineros que no eran suyos. Acompañado de una jauría de
entusiastas adulantes que lo vitoreaban a cada paso, el difunto se paseaba por
Caracas “expropiando”, con voz estentórea, hasta los edificios que ya eran
propiedad del Estado.
Su
anormalidad llegó a mezclar de manera caótica sus prácticas religiosas. Era
anti-clerical pero le pedía la bendición a Monseñor Moronta. Era católico de
escapulario pero insultó al Papa Juan Pablo y a los cardenales Velasco y
Castillo Lara. Andaba besuqueando una cruz pero protagonizaba actividades tipo
vudú, con gallo muerto y todo. Era evangelista, budista o musulmán dependiendo
del sitio, el día y la hora. Es decir, era simplemente un exhibicionista
desvergonzado.
Poseyó
la astucia típica del demente. A las derrotas siempre le buscaba un ángulo que
le permitiera sonar victorioso. Cuando se cayó el viaducto Caracas-La Guaira
exclamó: “Se cayó el viaducto, viva el viaducto”. Cuando se hundió la gabarra
Aban Pearl dijo: “No hubo víctimas, gracias a la eficiencia de la revolución”.
Implantó el eufemismo como política de estado, esa que le hacía hablar de los
“niños de la patria” por hablaba de los niños de la calle y de “dignificados”
cuando mencionaba a la pobre gente que lo había perdido todo durante los deslaves
de Vargas. Con la ayuda de Danny Glover acuñó el término “afro-venezolanos”
para exacerbar el resentimiento social. El desastre de Pudreval era bautizado
como “soberanía alimentaria” y la entrega a China de la Faja como “soberanía
petrolera”.
Asesorado
por mercenarios como Norberto Ceresole y Marta Harnecker y por ideólogos
trasnochados como Dieterich y El Troudi cocinó un arroz con mango de Bolívar,
Marx, Velasco Alvarado y Mussolini que denominó Socialismo del Siglo XXI, algo
que ni él mismo entendía y nunca se molestó en explicar.
Era
un sádico. Trataba de manera despótica a sus colaboradores, los insultaba. Usó
al pobre Aristóbulo como “punching ball”. A Cabello lo humillaba en público. A
los venezolanos nos impuso a Nicolás como sucesor, así como Calígula pretendió
nombrar a su caballo Incitato Cónsul y Gran Sacerdote.
No
es posible equivocarse con el difunto. Fue un sociópata y como tal entró a la
historia. Olvidarlo sería invitar la aparición de otro igual.
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