1/16/2008

Síndromes...

Es harto conocido el síndrome Estocolmo, como el efecto psicológico que se apodera de los rehenes que se solidarizan con las causas de sus captores. Claro aquí en Latinoamérica el caso ha llegado al extremo de la secuestrada colombiana clara rojas, que se adhirió y confraternizo de tal manera con la narcoideología de las FARC que le parió un muchacho a un secuestrador. El chamo, emanuel cuya historia ha recorrido el mundo y a quien su madre liberada busco después de pasarse unos días de flashes en el circo bolivariano, en compañía del payaso mayor.
Mas allá y siempre por esas latitudes, debe ser una cuestión de frío, apareció el síndrome Copenhague una combinación de política y estupidez en la que personas o asociaciones en países del primer mundo se solidarizan con grupos subversivos asesinos, obviamente lo suficientemente lejos para no tocar con sus tentáculos a sus ciudadanos. Caso propio del cineasta oliver stone (de pana, oliverio piedra) que en su humilde parecer culpa a los secuestrados y al gobierno que lucha por recuperarlos y no a los captores, apoyando así, crímenes de lesa humanidad que cometen los pobres narcoguerrilleros.
En venezuela también tenemos dos síndromes vernáculos, ambos muy modernos tienen unos nueve años de haberse instaurado; el primero es “el síndrome SREM” ser rico es malo, trastorno compulsivo, se caracteriza por una incontenible diarrea verbal capaz de embrutecer a cualquiera; otro síntoma de este mal, es la necesidad morbosa de ser adulado, sin importar sexo, ideología o costo, por lo que compramos cualquier cosa, ideologías, guardaespaldas cubanos, jueces, militancia izquierdista mundial, artistas de cine, senadores colombianos, secuestrados por nuestros socios comerciales, presidentes latinos, árabes y/o cualquier otro que se deje. Pagamos con petrodólares; otra manifestación de este mal se caracteriza por creer ciegamente los mas oscurantistas ideales políticos, eso si, donde retraso y abuso de poder sean la norma.
El otro síndrome nacional, es popular, tiene que ver con la masa que deambula diariamente por calles y plazas del país, es el síndrome de la bendita cultura nuestra o mejor dicho “la indiosincrasia”, ese que permite el irrespeto de las leyes escritas y de convivencia, sin importar a quien afecte. De corromper y ser corrupto; de irrespetar y exigir respeto; de abusar, criminalizar, y ampararte tras unas maniatadas leyes; de mentir y clamar dignidad; de envilecer y burlarte; de ser pisoteado y vitorear la bota que lo hizo.
Esa es nuestra realidad, y nuestros síndromes no son tan famosos como los otros, ¿será que los nuestros tienen el pelo malo?
VM
15 I 2008